No
considero la nación como una entidad social primaria ni invariable. […] El
nacionalismo antecede a las naciones. Las naciones no construyen estados y
nacionalismos, sino que ocurre al revés. […]Las naciones existen no sólo en
función de determinada clase de estado territorial o de la aspiración a
crearlo, sino también en el contexto de una determinada etapa de desarrollo
tecnológico y económico. Por consiguiente las naciones y los fenómenos
asociados con ellas deben analizarse en términos de las condiciones y los
requisitos políticos, técnicos, administrativos, económicos y de otro tipo.
E.J.
Hobsbawm, Naciones y nacionalismo desde
1780, 1989
El día 20 de diciembre, Artur Mas pronunciaba un discurso de investidura en que afirmaba lo
siguiente: “Cataluña tiene que aceptar de
una vez por todas que España no quiere ser cambiada, y está en su derecho a no
ser cambiada. Asimismo, España debería aceptar que Cataluña no quiere ser ni
absorbida, ni asimilada ni homogeneizada. […] Durante décadas, de hecho
durante más de un siglo, se ha intentado desde Cataluña colaborar con el Estado
para ayudar a construir una España democrática, europea y moderna. Siempre con
la esperanza de que esta nueva España fuese comprensiva, tolerante y respetuosa
con la personalidad propia de Cataluña […]. Esta esperanza se ha visto
frustrada. […] Cataluña debe abrir un nuevo camino, una nueva manera de hacer,
una nueva estrategia. […] debe iniciar su propia transición nacional que, de
hecho, es el único camino que nos queda”. A través de estas palabras, el entonces candidato a la Presidencia de la
Generalitat manifestaba su voluntad de crear un estado catalán dentro de la
Unión Europea argumentando que se habían agotado todas las vías para
transformar España. ¿A qué se debe la nueva orientación estratégica de la
federación nacionalista? ¿Corresponde únicamente a intereses electorales de
tipo cortoplacista o se debe a una transformación profunda del nacionalismo
catalán? Para
responder a estas preguntas, es necesario hacer un breve repaso a la historia
del nacionalismo catalán.
Durante el siglo XIX, la burguesía industrial
catalana y la oligarquía agraria dedicada a la exportación de productos
primarios mantenían una disputa acerca de la política comercial que debía
seguir el estado español. Los primeros apostaron abiertamente por el
proteccionismo y los segundos se mostraron partidarios del librecambismo. Durante
la mayor parte de este periodo, la burguesía catalana ejerció su influencia a
través de los partidos de ámbito estatal. Sin embargo, en el último tercio de
siglo, aparecieron pensadores que defendían la necesidad de articular un
proyecto político de ámbito exclusivamente catalán que permitiera intervenir en
la política española al margen de los partidos de ámbito estatal porque los
partidos dinásticos de ámbito estatal ya no resultaban funcionales para
representar los intereses de la burguesía catalana. Estos pensadores no eran
estrictamente nacionalistas, sino regionalistas pues no cuestionaban
explícitamente la nación española. Algunos de ellos, como Valentí Almirall, eran republicanos federalistas. Otros, en cambio,
como Josep Torres i Bages, eran
marcadamente conservadores y católicos. A la luz de estas ideas, aparecieron
organizaciones como la Unió Catalanista
(1981), Unió Regionalista (1899)
o el Centre Nacional Català (1899). Como
ya se ha dicho, el objetivo de las primeras organizaciones del catalanismo
político era influir en la política estatal puesto que la burguesía catalana
aspiraba a ser el motor de la modernización del estado español. En este
sentido, en 1931, el reputado filósofo nacionalista Francesc Pujols afirmó que, a finales del siglo XIX, “los catalanes estaban más preparados para
dirigir España que para el autogobierno”.
La crisis política surgida a raíz de la
independencia de las últimas colonias españolas debilitó gravemente al a los
partidos que sostenían el régimen de la restauración borbónica (liberal-conservador
y liberal-progresista) y generó una ventana de oportunidad para los recién
creados partidos regionalistas que, en las elecciones de 1901, consiguieron
superar a los partidos dinásticos en la provincia de Barcelona. Esta victoria
electoral de las fuerzas regionalistas precipitó la creación de una nueva
organización: la Lliga Regionalista. Hasta
la llegada de la segunda república, este partido fue hegemónico en Catalunya por
la falta de arraigo de la socialdemocracia (la mayoría de la clase obrera
catalana era cercana al apoliticismo anarquista) y la debilidad de los partidos
republicanos. Durante la etapa en que ejerció el liderazgo del catalanismo, la Lliga impulsó dos proyectos políticos
para crear instituciones de autogobierno: las “Bases de la autonomía” (1918) y el “Projecte d’Estatut d’autonomia” (1919). Al no contar con el
respaldo de los gobiernos estatales, ambas iniciativas fracasaron. Sin embargo,
si fructificó la creación de un órgano administrativo denominado Mancomunitat que, a pesar de no poseer
capacidad legislativa, supuso un reconocimiento jurídico de la especificidad
catalana. A través de esta institución, la Lliga
Regionalista liderada por Enric Prat
de la Riba creó una serie de organismos con el fin de promover la legua y
cultura catalanas (el Institut d’Estudis
Catalans, la Biblioteca de Cataluña,
etc.).
Al llegar la Segunda República, se produjeron
una serie de transformaciones notables o en el movimiento nacionalista catalán.
En primer lugar, hubo una gran diversificación de fuerzas que, en términos
generales, podemos dividir en cuatro grandes familias políticas: el
nacionalismo republicano y progresista (Esquerra
Republicana de Catalunya), el nacionalismo conservador arraigado en la
burguesía catalana (Lliga
Regionalista/Lliga Catalanista), el nacionalismo de base popular e inspiración
revolucionaria (Unió Socialista de
Catalunya, Bloc Obrer Camperol, Partit Proletari Català y Unió de Rebasaries) y el independentismo
(Estat Català y Nosaltres Sols!)[1].
En segundo lugar, la popularidad de la Lliga
quedó mermada por su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera. Por ello, la
hegemonía del nacionalismo catalán se desplazó ligeramente hacia la izquierda.
La fuerza política encargada de ejercer dicho liderazgo fue Esquerra Republicana de Catalunya que
obtuvo un gran apoyo electoral del proletariado anarquista catalán gracias a la
popularidad de Lluis Companys quien,
durante los años previos a la Segunda República, ejerció la defensa letrada de
varios líderes sindicales de la CNT. Por su parte, el catalanismo conservador pasó
a ocupar una posición subalterna dentro del nacionalismo catalán. A pesar de ello,
la Lliga Catalanista, organización
heredera de la Lliga Regionalista,
ganó las elecciones generales de 1933 en el conjunto de Cataluña. En 1936, lideró
la coalición conservadora Front d’Ordre para frenar a la coalición Front d’Esquerres (versión catalana del
Frente Popular) integrada por Esquerra
Republicana de Catalunya, Acció Catalana Republicana, Partit Nacionalista
Republicà d’Esquerres, Unió
Socialista de Catalunya, Partit Republicà d’Esquerra, Unió de Rebasaries,
Partit Obrer d’Unificació Marxista, Partit Català Proletari y el Partit
Comunista de Catalunya (referente del PCE en Cataluña). Pocos meses
después, como es bien conocido, la Lliga
Catalanista liderada por Francesc
Cambó apoyó el golpe militar del 18 de julio alineándose, una vez más, con
los elementos más reaccionarios de la sociedad española.
Al terminar la guerra, la mayor parte de
burguesía catalana archivó el discurso nacionalista y desarticuló la Lliga Catalanista. De hecho, algunos
miembros destacados del catalanismo político asumieron la nación española como
propia. En este sentido, Francesc Cambó
dijo lo siguiente: “Como
catalanes, afirmamos que nuestra tierra quiere seguir unida a los otros pueblos
de España por el amor fraternal y por el sentimiento de la comunidad de destino
[…] contribuiremos con el máximo sacrificio a la obra común de la liberación de
la tiranía roja y reparación de la grandeza futura de España”. Por esa
razón, el discurso nacional quedó prácticamente monopolizado por las fuerzas vinculadas
al movimiento obrero. Sus máximos exponentes fueron el Partit Socialista Unificat de Catalunya (surgido de la unión de Unió Socialista de Catalunya, el Partit Comunista de Catalunya, el Partit Català Proletari y la Federación
Catalana del PSOE), la Comisió Obrera
Nacional de Catalunya (organización homóloga a Comisiones Obreras en
Cataluña) y el Sindicat Democràtic
d’Estudiants. Durante esta etapa, el programa político del catalanismo se
podía sintetizar en los siguientes puntos: restablecimiento de la lengua
catalana en la esfera pública, reconocimiento del derecho de autodeterminación
y restitución del estatuto de autonomía de 1932. Entre 1971 y 1977, estas
propuestas se articularon a través de la llama Assemblea de Catalunya. En ella, confluyeron, además de las
organizaciones ya citadas, otros partidos políticos (Moviment Socialista de Catalunya, Esquerra Republicana de Catalunya, Unió Democràtica de Catalunya, Front Nacional de Catalunya y varios
grupos políticos que en 1974 terminarían fundando Convergència Democràtica de Catalunya) organizaciones sindicales (Unió Sindical Obrera de Catalunya, Unió de Pagesos, etc.) y organizaciones
cívicas de todo tipo. El carácter de este espacio era claramente popular i
antifascista. Una buena muestra de ello
fue que, durante aquellos años, el propio Jordi Pujol se autodenominó
socialdemócrata y partidario del “modelo sueco” de estado del bienestar. Años
después, en una entrevista para TVE, negó su adscripción socialdemócrata y
afirmó que había adoptado esa denominación para no quedar en una posición
marginal dentro de la Assemblea de
Catalunya.
En 1980, meses después de la entrada
en vigor del Estatuto de Autonomía de 1979, se convocaron unas elecciones al Parlament de Catalunya que, contra todo
pronóstico, ganó Convergència i Unió
(CiU) que pudo gobernar gracias al apoyo de Esquerra
Republicana de Catalunya. Desde
entonces, la federación nacionalista ha sido la fuerza mayoritaria en el Parlament de Catalunya ganando en número
de escaños todas las elecciones que se han celebrado hasta la fecha. Esta
hegemonía institucional, reforzada con una hegemonía cultural ejercida a través
de numerosos intelectuales orgánicos, les ha permitido liderar el nacionalismo
catalán y mantener, incluso en la oposición, un control férreo de la política
catalana. Por otra parte, CiU nunca ha renunciado a influir en la política
estatal. Por ello, ha ofrecido estabilidad ejecutivos socialistas y populares a
cambio de mayores cuotas de autogobierno. En este mismo sentido, intentó
articular una organización de ámbito estatal apoyando tácitamente al Partido
Reformista democrático de Antonio Garrigues en las elecciones generales de
1986.
En definitiva, en la mayor parte de su
historia, la hegemonía del nacionalismo catalán ha recaído en fuerzas
conservadoras que se han mostrado favorables a participar en la construcción del estado español y no han
dudado en aliarse con las clases dominantes del resto del estado para frenar
los avances del movimiento obrero. Así
pues, la deriva independentista de CiU resulta novedosa en la medida en que
esta propuesta nunca había figurado en el programa político de un partido nacionalista
conservador de raíz burguesa. A mi entender, CiU ha modificado su discurso para
no perder su posición hegemónica en el proceso de construcción nacional de
Catalunya. Así pues, parece que, en esta nueva fase histórica, el nacionalismo
catalán ha modificado su estrategia renunciando a participar en la construcción
del estado español y apostando por la creación de un estado propio.
Curiosamente, esta nueva etapa coincide con una crisis generalizada del
estado-nación a nivel mundial.
Por último, debemos hacernos la siguiente
pregunta: ¿Cuál es la base de apoyo más relevante del movimiento independentista?
¿La pequeña burguesía y los profesionales liberales inmersos en un proceso de
proletarización? ¿La burguesía catalana vinculada a sectores exportadores que
no dependen del mercado español? A decir verdad, no existen estudios
concluyentes acerca la composición social del movimiento independentista. Sin
embargo, podemos afirmar que, en su fase actual, el programa político del
nacionalismo catalán hegemónico es de corte neoliberal.
[1]
Estat Català se integra en ERC entre 1931 y 1936. Nosaltres sols!, organización independentista de extrema derecha,
nació en 1916. Entre 1936 y 1939, estuvo integrada en Estat Català.
Buenas!
ResponEliminaInteresante repaso histórico del devenir burgués nacional catalán... sólo alguna puntualización y una reflexión final.
Lo que dices que los catalanes estaban más preparados para gobernar españa que no para el autogobierno yo siempre lo había asociado a Francesc Cambó ... no conozco al Pujols este que comentas, pero juraría que la frase es de Cambó.
Por lo demás, habría tal vez que analizar los movimientos de la Patronal Catalana estas últimas semanas, que están dejando en la estacada a Mas, dentro de CDC le salen los enanos (empezando por Trias mismo) o incluso la formación de un "partido" del gran empresariado catalán para ir, diciendo mal y pronto, a por la cabeza de Mas y poner cierto orden en CDC.
En fin ... que esto trae para rato. Buen post ;) Salud !
Lo que podemos asumir es que la independencia de corte neoliberal acabará siendo la misma mierda, pero con diferente nombre. Eso si, el nacionalismo vende más que las verdaderas causas de porque Catalunya, España y los PIGS en general, están en un estado tan lamentable. Pero...en este circo todo vale no?
ResponElimina